domingo, 24 de enero de 2010

3 de marzo de 1953

Sam Zemurray

Boston, United Fruit

Trono de bananas, corona de bananas, una banana empuñada a modo de cetro: Sam Zemurray, señor de tierras y mares del reino de la banana, no creía que sus vasallos de Guatemala pudieran darle dolores de cabeza:

Los indios son demasiados ignorantes para el marxismo —solía decir, y era aplaudido por los burócratas de la corte en su palacio real de Boston, Massachusetts.

Guatemala forma parte de los vastos dominios de la United Fruit Company desde hace medio siglo, por obra y gracia de sucesivos decretos de Manuel Estrada Cabrera, que gobernó rodeado de adulones y de espías, lagos de baba, bosques de orejas, y de Jorge Ubico, que se creía Napoleón pero no era. La United Fruit tiene en Guatemala las tierras que quiere, inmensos campos baldíos, y es dueña del ferrocarril, del teléfono, del telégrafo, de los puertos, de los barcos y de muchos militares, políticos y periodistas.

Las desdichas de Sam Zemurray empezaron cuando el presidente Juan José Arévalo obligó a la empresa a respetar el sindicato y el derecho a huelga. Pero ahora es peor: el nuevo presidente, Jacobo Arbenz, pone en marcha la reforma agraria, arranca a la United Fruit las tierras no cultivadas, empieza a repartirlas entre cien mil familias y actúa como si en Guatemala mandaran los sintierra, los sinletras, los sinpan, los sin.

Jacobo Arbenz

Ciudad de Guatemala

El presidente Truman puso el grito en el cielo cuando los obreros empezaron a ser personas en las plantaciones bananeras de Guatemala. Y ahora el presidente Eisenhower escupe relámpagos ante la expropiación de la United Fruit.

El presidente de los Estados Unidos considera un atropello que el gobierno de Guatemala se tome en serio los libros de contabilidad de la United Fruit. Arbenz pretende pagar, como indemnización, el valor que la propia empresa había atribuido a sus tierras para defraudar impuestos. John Foster Dulles, Secretario de Estado, exige veinticinco veces más.

Jacobo Arbenz, acusado de conspiración comunista, no se inspira en Lenin sino en Abraham Lincoln. Su reforma agraria, que se propone modernizar el capitalismo en Guatemala, es más moderada que las leyes rurales norteamericanas de hace casi un siglo.

Carlos Castillo Armas

San Salvador
: Dictador se busca

El general guatemalteco Miguel Ydígoras Fuentes, distinguido matador de indios, vive en el exilio desde la caída del dictador Ubico. Walter Turnbull viene a San Salvador para plantearle un negocio. Turnbull, representante de la United Fruit y de la CIA, le propone que se haga cargo de Guatemala. Se le prestará el dinero necesario para tomar el poder, si se compromete a destruir los sindicatos, restituir a la United Fruit sus tierras y privilegios y devolver hasta el último centavo de este préstamo en un plazo razonable. Ydígoras pide tiempo para pensarlo, aunque desde ya adelanta que las condiciones le parecen abusivas.

En un santiamén se riega la noticia. Unos cuantos guatemaltecos exiliados, militares y civiles, vuelan a Washington a ofrecer sus servicios, y otros corren a golpear a las puertas de las embajadas de los Estados Unidos. José Luis Arenas, presunto amigo del vicepresidente Nixon, asegura que volteará al presidente Arbenz por doscientos mil dólares. El general Federico Ponce dice que dispone de un ejército de diez mil hombres listos para asaltar el Palacio Nacional: anuncia un precio módico, aunque prefiere no hablar de cifras todavía. Solo pide un pequeño adelanto...

Un cáncer de garganta suprime al candidato preferido de la United Fruit, Juan Córdova Cerna. En su lecho de agonía, el doctor Córdova ronca el nombre de su recomendado, el coronel Carlos Castillo Armas, formado en Fort Leavenworth, Kansas, hombre barato, obediente y burro.


Eduardo Galeano, Memoria del Fuego, 1986.

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